Hace poco leí en algún lado que la vida sin aventuras es muy aburrida. Les puedo asegurar que la mía, ha estado lejos de serlo, pues ha sido y es un camino lleno de giros y vueltas, con experiencias nuevas e inesperadas en cada esquina.
¿Qué es el miedo? El miedo es una reacción emocional y física frente a un peligro percibido, real o imaginario. Puede adoptar distintas formas y una de ellas es el miedo realista. En el caso de un atraco con arma blanca, este miedo surge como una reacción inmediata al riesgo físico de ser herido o incluso de perder la vida.
Este tipo de miedo es una respuesta racional del yo, basada en la percepción directa de una amenaza, que se puede intensificar por experiencias previas, traumas o asociaciones inconscientes que potencian el nivel de angustia y pueden alterar profundamente la mente y el cuerpo.
Siempre he sido una persona muy abierta y empática con todo tipo de personas hasta que el destino, quizás ya prefijado de antemano, puso en mi abdomen un cuchillo. Mis miedos infantiles, tal vez ocultos en el pozo del subconsciente, salieron a la superficie ante esta situación tan traumática y vinieron para quedarse.
El objetivo de la vida es alcanzar la tranquilidad interior (ataraxia) aceptando lo que no podemos cambiar y viviendo en armonía con la naturaleza. Pero algunas veces, esta te lo pone muy complicado y la tan deseada armonía se va al carajo… ¿Por qué las cosas algunas veces suceden donde uno menos se lo espera?
Ese día tan fatídico me encontraba en clase con mis pequeños. Se presentaba una mañana muy divertida, ya que tenía programado trabajar con ellos los conceptos de espacio (dentro, fuera, arriba, abajo…), para lo cual dispuse un aro en el suelo y una pequeña escalera de dos peldaños.
A mitad de la tarea, una compañera ocupó mi lugar, ya que otra de mis ocupaciones era dar información sobre el método de enseñanza que se impartía en el jardín de infancia a los padres de futuros alumnos.
Tras poner al corriente al supuesto padre, este empezó a bombardearme con un sinfín de preguntas, todas ellas relacionadas con la forma de pago. Le interesaba especialmente saber si estos se efectuaban en efectivo en el propio centro, a lo que yo respondí que no, que todo se tramitaba mediante transferencia bancaria.
Tal era la insistencia de esta persona, que empecé a sentirme recelosa y desconfiada.
Y entonces sucedió. En una décima de segundo, casi sin darme cuenta, él rodeó la mesa que nos separaba y me intimidó con un cuchillo que apoyó en mi vientre haciendo una fuerte presión, al mismo tiempo que me increpaba con palabras amenazantes, acuciándome a que le entregase todo lo que hubiese de valor.
No existen palabras para describir lo que sentí en aquellos críticos momentos que se me tornaron eternos, encerrada sola en el despacho con aquel individuo que, por efectos de la droga, no controlaba sus acciones. Sentí como mi entereza se desvanecía y el miedo se apoderaba de mí, produciéndome un fuerte temblor en todo mi cuerpo, al tiempo que imaginaba un desenlace fatal. Miedo no solo por mí, sino también por todos los niños que se encontraban a mi cargo en ese momento.
Después de registrar toda la oficina, este sujeto se marchó con un mísero botín, dejándome petrificada en la silla con una enorme carga: el miedo como compañero para el resto de mis días.
¿Por qué? ¿Es verdad que el destino está escrito y no se puede cambiar? Si me hubiera quedado en casa ese día, si le hubiera dicho a una compañera que ocupase mi lugar, si me hubiera dado cuenta de que el presunto padre era un drogodependiente…
¿Por qué suceden las cosas?