En un momento de reflexión me preguntaba: ¿de qué está hecha la vida? Está hecha de todo, está hecha de nada… Es una página en blanco que has de llenar de momentos vividos, en los que la pena y la felicidad, juntas de la mano, irán haciendo el camino.
Después de mucho andar, ya en el ocaso de la vida, llega un tiempo en el que te invade el sosiego, en el que la cita que tenías cada año con el calendario, ya no la necesitas. Sencillamente te dejas llevar por la corriente, que fluye tranquila y te invita a disfrutar de la vida, ya sin ansia, tu “ser y estar” son tu bandera.
Tiempo de contemplación y comunión, en el que disfrutas con calma de todos los momentos, perdiéndote en un sinfín de sensaciones: una mirada inocente, una caricia placentera, un beso interminable… pero al mismo tiempo manteniendo la perseverancia de seguir aprendiendo, de seguir creciendo para alcanzar tus metas.
En ese encuentro contigo misma, cuando ya llevas la amplitud del universo en tus acciones, dejas a un lado tus miedos y debilidades y te muestras tal como eres, porque ya aprendiste que no podemos ser aquello que no somos y ya no te importa lo que digan de ti, ni lo que opinen. Ya te diste cuenta de que, hagas lo que hagas, los demás seguirán juzgándote según sus propios valores, y tú, desde tu atalaya, cabeza erguida y mirada al frente, le murmuras al viento: “Qué sabrán ellos.”
Llega un tiempo en el que tomas conciencia de que, por mucho que digan que con el paso de los años la gente cambia, tú, en esencia, sigues siendo la misma. Los principios y valores que contigo nacieron, fueron y serán compañeros hasta el final del sendero.
Ya no cuestionas todo lo que pasó por tu vida, las acciones que realizaste, los errores que cometiste… porque has comprendido que la vida es una aventura colmada de retos y el tiempo el maestro que te enseña la lección.
Te das cuenta de que este es un tesoro que ni se compra ni se vende, ni se puede intercambiar. Y que cuando el tiempo te concede una prórroga para alargar el camino un poco más, le acompaña una factura que tendrás que pagar viendo a familiares y a amigos de este mundo marchar…
Y llega un tiempo en el que se acaba el tiempo y sabes valorar que el mejor regalo que te pueden hacer es que las personas que tú amas te dediquen un pedacito de su tiempo.
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