Este pequeño relato escrito está en mi casa de campo, junto a la mar.
Sola no estoy, por un perro y amigo acompañada voy.
Cuando de paseo nos vamos y a la playa bajamos a retozar, él siempre delante de mí va, volviendo la cabeza de cuando en cuando para comprobar que no me pierdo o retraso al caminar.
Él me cuida y me guía y, si alguien se acerca, se pone a ladrar y a mí me alegra esta forma de avisar.
Pero no lo confundan, no, no … Lo hace solo por aparentar, pues en cuanto le saludan y le tocan, se olvida de ladrar, se pone mimoso y se deja acariciar.
Yo le miro y pienso: ¡Menudo guardián! Que al primer signo de cariño, empieza a confiar. Ya no hay enemigo, ni existe la maldad, su corazón es limpio, ¿por qué ha de desconfiar?
¿Quién la maldad inventó, que de ella se hay que guardar? Yo en eso prefiero no pensar.
Yo solo quiero pasear con mi perro cerca del mar; y a mi huerto ir a plantar, pues cuando en él estoy, el mundo se para y deja de girar.
¡Qué situación digna de envidiar, que yo tenga un botón de encender y apagar!
O tal vez sea el jardín el que me hace olvidar que en el mundo hay penas difíciles de arreglar, niños sin padres, gente sin hogar y sin un perro amigo que le sirva de guardián, que les dé amor sincero, alegría y lealtad, sin esperar nada a cambio, sin desconfiar.
¿Quién las miserias del mundo se atreve a cambiar? ¡Que levante la mano el que quiera empezar!
Qué pena y tristeza… Nadie quiere renunciar a sus pequeños lujos para mejorar, aunque sea un poquito, la vida de los demás.
Y así, día tras día, todo sigue igual…
¿Qué nos ha pasado, que nos hemos dejado de ayudar? Como todo en la vida, esa factura la habremos de pagar.
Espera, espera amigo, ya vamos a pasear.