Suena insistentemente el teléfono en la estancia de Mariano… Lo descuelga y, al percatarse de que es Pepa, sofocado por la furia y tras rebuznar un par de improperios, le espeta que son las dos de la madrugada y que no son horas de llamar y además le recuerda que está de vacaciones disfrutando de una buena compañÃa.
– ¿Qué me dices, Mariano? ¿Con quién estás?
– Contente, Pepa, que la curiosidad mató al gato y en nuestro contrato laboral no dice nada de que tenga que darte explicaciones acerca de mi vida privada.
¡Rediómela, Pepa! ¿Qué te pasa para llamarme a estas horas tan intempestivas?
– Estoy muy disgustada… No encuentro mi maleta y mañana tengo que ir a Antromero para la fiesta de San Pedro a contar unas historias… Y resulta que, como tú estás de asueto, no tengo medio de locomoción.
– Pues lo tienes fácil, apéate de la comodidad y súbete al transporte público ¡Y ojo con intentar colarte, que te conozco…!
Y el asunto de la maleta lo puedes solucionar rezando a San Cucufato. Yo soy burro de poca fe, pero algunos colegas lo hacen y dicen que les funciona.
Toma nota: coges un pañuelo, le haces un nudo y lo escondes debajo de la almohada. Luego le rezas esta oración: San Cucufato, San Cucufato, los cojones te ato y hasta que no encuentres mi maleta, San Cucufato, no te los desato.
– ¡Ay, Mariano, qué crueldad! ¿Tú crees que resultará? Porque de las trazas que le dejamos, no creo que esté para mucha búsqueda…
Bueno lo intento y te vuelvo a llamar.
– ¡Me cago en la corbata del obispo! Ni se te ocurra, Pepa.
Después de un buen rato Mariano consigue conciliar el sueño, pero a las tres de la madrugada vuelve a sonar el teléfono.
– Mariano, ¿estás seguro de que funcionará? Tengo la casa patas arriba y no encuentro nada… ¿No será mejor que se los desate para que el santo esté más cómodo para buscar?
– No, Pepa, esto no funciona asÃ… Hay que apretar un poco más. Haz otro nudo al pañuelo y recuérdale que, si no la encuentra, no se los desatas.
– De acuerdo Mariano, te vuelvo a llamar para mantenerte informado.
Mariano está que echa chispas y, tras varias llamadas inoportunas, se empieza a desquiciar.
Cuatro de la madrugada:
– Mariano… Que sigo sin encontrar nada.
– ¿De qué me hablas, Pepa? Tengo un lÃo del copón y estoy empezando a sufrir amnesia… No comprendo… ¡Ay de mÃ! ¿Qué hago aquÃ?
– ¿Me vas a dejar ahora en la estacada? Venga Mariano, ¡recuerda! La maleta, la oración y el santo.
– Con tanta llamada de madrugada, sufro de alucinaciones,. He perdido la memoria y no entiendo lo que pasa.
– Pues lo tienes fácil, Mariano, sabiendo que tú sabes que la clave es la oración, rézale a San Cucufato. Aprieta bien el cordón y tus recuerdos volverán. No desesperes, Mariano, que yo sigo aquà a tu lado y en un rato te vuelvo a llamar.
– ¡Ay, San Cucufato! Ando falto de fe, pero si quieres que tus huevos sigan sanos y salvos, devuélveme la memoria que perdÃ, por no sé el qué, a lo largo de esta historia.
Y dicho y hecho, no hubo más que decir. Por la cuenta que le traÃa al santo, Mariano, sin más dilación, recuperó lo extraviado y aunque no entraba en la oración, San Cucufato se mostró esplendido y este también encontró una botella de anÃs que, hacÃa tiempo, Pepa, con un poco de mala leche, le habÃa escondido en un rincón.
Ustedes se preguntarán si Pepa encontró la maleta… Lo que les puedo decir es que sigue haciendo nudos y quizás el fallo esté en que es débil de convicción y no aprieta con decisión.