Desde el balcón

Acto primero.

Una mujer de edad madura padece una enfermedad degenerativa y ya lleva unos cuantos años postrada en una silla de ruedas. Permanece muchas horas en el balcón, observando a la gente que pasa por la calle.

Ella está convencida de que nada es lo que parece. El pueblo desde hace unos años representa una comedia y está habitado por personas que no son lo que dicen ser, tienen una doble vida y una doble personalidad.

Viendo que su vida pronto tocará a su fin, decide con lápiz y papel en mano, dejar constancia de todos los entresijos que se desarrollan en el escenario de su balcón.

Las cortinas se desplazan a ambos lados y empieza la función. Aparece en escena una bella mujer que trabaja como bedel en el instituto del pueblo. Padece una ligera cojera. Ella dice que es de nacimiento, pero su bella figura la delata y me sugiere que es una gran amazona, que compitiendo ganó importantes premios, pero un día de torneo en que la pena la invadía, azuzó muy fuerte al caballo y salió despedida de él.

A lo lejos se divisan… Ya pasa bajo el balcón una pareja de ancianos cogidos de la mano. Son en el pueblo ejemplo de gran honestidad. Caminan con mucha calma, pues no quieren levantar sospechas. El pueblo no debe saber que vienen de atracar un banco, pero la memoria les falla y olvidaron quitarse la mascara de la cara…

Hoy les toca asamblea para hablar de los concejos y al pasar por el balcón les vi de qué pie cojean.

El alcalde y la alcaldesa tienen la piel de lagarto, son seres de otro planeta. Tienen una buena tapadera, pues nadie de ellos sospecha. Nos espían y vigilan, pues su misión es averiguar la más preciada receta de las ricas marañuelas.

Se pelean y discuten cuál a su mundo llevar, pues los dos pueblos afirman que la suya es la original.

Son las fiestas del patrono y lo sacan en procesión. Al pasar bajo el balcón, el sacerdote me mira con esa carita de bueno… Nos tiene bien engañados. Nos pregunta los pecados y nos dice que tranquilos, que él es como una tumba, pues tiene secreto de confesión. Pero yo sé de buena tinta que es un poco acusica y, en cuanto te das la vuelta, se lo cuenta todo a Dios.

Qué olor tan placentero me entra por el balcón, que me hace recordar que entre Candás y Lluanco se mueve una panadera. Dice llamarse María, pero yo sé de buena tinta que se llama Celestina. Acertado dice el dicho que hay amores que matan. Dentro del sabroso pan, hornea bellos mensajes con grandes poemas de amor. En un pueblo los montescos y en el otro los capuletos, los esperan con gran pasión.

El vendedor de cupones, que no les engañe, señores, yo digo que es traficante. Lo tengo bien vigilado. Cuando consiga las pruebas de que trafica con sueños e ilusiones, que, como sentencia, le impongan repartir decenas de premios.

El periódico del pueblo también es una tapadera. Campan a sus anchas, pues nadie de ellos sospecha. Con eso de ser noticia, presurosos les contamos nuestras vidas, ignorando que hablamos con agentes de la C.I.A.

Y por último, yo les quisiera decir que no se dejen engañar por quien estas líneas escribe, pues, en un tiempo pasado, residió en un manicomio por exceso de imaginación.

El lápiz, un transmisor; el papel, un receptor. De día en silla de ruedas y cuando cae la noche se enfunda en un traje de cuero, para cabalgar como el viento sobre un caballo de metal.

Se hace el oscuro y se cierra el balcón.

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