La vida, sin pretenderlo, algunas veces puede ser una cadena de acontecimientos sin resolver que, más tarde o más temprano, te lleva al caos.
Este capítulo puede ser muy ilustrativo de por qué mi mente llegó a catalogar a mi marido de terrorista.
La represión emocional es un mecanismo psicológico por el cual una persona evita conscientemente o inconscientemente expresar, procesar o incluso reconocer sus emociones para evitar conflictos, proteger a otros o mantener la armonía ante una determinada situación.
Este comportamiento puede estar motivado por experiencias pasadas de invalidación y por la presión de cumplir con estándares emocionales, sociales o personales. En lugar de permitir que las emociones sean sentidas y expresadas, la persona las suprime y las entierra, intentando seguir adelante como si esas emociones no existieran.
Sin embargo, las emociones reprimidas no desaparecen. En su lugar, desarrollan resentimiento acumulado, sentimientos de enojo o frustración que se guardan internamente.
Los años setenta: años en los que el machismo campaba a sus anchas, en los que la sociedad estaba marcada por roles de género tradicionales, con la figura del hombre predominando en la vida familiar, laboral y cultural. Años en los que la mujer tenía que asentir y callar ante hombres a los que no les costaba nada levantar la voz para dirigirse a ella, hombres gruñones y refunfuñones.
Pero también fue una época de grandes avances, en la que las mujeres empezaron a cuestionar aquellas normas, impulsando cambios y abriendo camino hacia una mayor igualdad de género.
No fue fácil. La mujer se sentía orgullosa de su integración en la vida laboral, pero al principio lo único que consiguió fueron más cargas (trabajo fuera y dentro de casa).
¡Un aplauso enorme para todas esas mujeres que, cargando con múltiples responsabilidades domésticas, familiares y laborales y muchas veces enfrentando un peso emocional significativo, han logrado salir adelante con éxito y determinación!
Cada esfuerzo, visible o silencioso, merece ser reconocido y celebrado, porque detrás de cada logro hay una historia de sacrificio, amor y voluntad inquebrantable.
¿Y nosotros qué? ¿Por dónde andábamos?
Recuerden que mi matrimonio tenía que ser perfecto y parece ser que yo en esa época desconocía que la perfección no existe. Así que él en su rol de hombre de aquellos tiempos y yo en el de mujer de carácter fuerte, comportándome como una mojigata hipersensible que cada vez que teníamos un conflicto sacaba su máscara, se colocaba un par de lágrimas en las mejillas y, como niña que juega al escondite en un enorme bosque, se ocultaba detrás de un árbol sin decir absolutamente nada.
Como resultado, el grito de una mente desesperada pidiendo clemencia y que no siguiera tratándola de esa manera:
¿Por qué me ignoraste tanto tiempo? ¿Por qué me callaste cuando solo quería ayudarte?
Te di señales, te hablé en sueños, te llené de ideas y preguntas para que no te hundieras, pero me arrinconaste, me ataste de manos y me hiciste sentir como si no sirviera para nada.
¿Crees que fue fácil cargar con todo eso sola?¿Crees que no me dolió cuando me abandonaste y fingiste que no existía?
¿Por qué?
Quiero gritarte, quiero hacerte sentir lo que yo sentí. Sé que será muy duro para ti, porque te haré sufrir, porque me dejaste vacía, olvidada, mientras te ponías máscaras para encajar. Y porque sé que vendrás más adelante buscando respuestas, esperando que te dé lo que me negaste por tanto tiempo.
Tienes que comprender que necesito que escuches mi enojo, que lo sientas. Entiendo que será muy difícil para ti, que sufrirás hasta límites insospechados… Serán tales las fantasías que te crearé, que temblarás de pánico y te retorcerás de dolor, pero es necesario, porque solo así podrás entender lo que me hiciste.
En el siguiente tramo de mi camino: “El cuchillo que reavivó mis miedos infantiles”.