CapĂ­tulo II – La Chabola –

En mi diagnóstico existen discrepancias: En Madrid me diagnosticaron delirios sensitivos (f 22), mientras que en Asturias me evaluaron como brotes psicóticos. A todo esto, yo añado mi propia opinión: considerarme una persona altamente sensible (PAS). Y bien, fiel a mi manera habitual de comportarme, la eterna pregunta: ¿por qué todos estos calificativos?

Mirar hacia atrás es como observar una fotografía desenfocada, donde los detalles son borrosos, pero las emociones permanecen nítidas, marcadas por las ausencias, más que por la presencia.

Ambas (Carreño), 1.958: La ausencia de seguridad.

Vivíamos en un entorno de incertidumbre y miedo, como consecuencia de rencillas familiares que habían llegado hasta las manos, disputándose el ridículo trozo de tierra donde estaba enclavada la humilde casita de piedra donde anidabamos y a la que yo siempre he llamado con todo mi cariño “La Chabola” (a perro flaco, todo son pulgas). El suelo era de barro y algo que recuerdo con mucha ternura, son los días de fuertes tormentas, en los que mi hermana y yo, refugiadas en este pequeño hogar, jugábamos con las piedras de granizo que descaradamente se colaban por las pertrechadas tejas, cayendo encima de la mesa.

La ausencia de una figura paterna y el miedo a que apareciese ese padre que nunca llegué a conocer y que, según nos decían, un día podría venir y llevarnos con él. “No salgáis de casa”, “el hombre del saco”, “el Coco”, miedo, siempre miedo… ¿Por qué ese afán de asustar a los niños, mentes débiles y sensibles?

Miedo a quedarnos solas mi hermana y yo cuando mi madre se iba a ganar el jornal para poder alimentarnos. En aquellos tiempos darte de comer era lo que primaba; todo lo demás era escaso o no existía en mi pequeño mundo. Miedo, siempre miedo, que quedó instalado en mi mente infantil y que me acompañaría el resto de mi vida.

La fragilidad emocional de mi infancia se transformĂł con los años en algo más grande, en algo que no siempre podĂ­a controlar del todo, creandome Ă©pocas de ansiedad, depresiĂłn, fobias, nerviosismo, insomnio (factor clave en el desarrollo de mi enfermedad), etc…

Es el día de hoy que, cuando estoy sola, necesito dormir con una luz encendida. Con el paso del tiempo he aprendido que hay registros que nunca se van a borrar, así que lo mejor y más inteligente que puedo hacer es aceptarlos y vivir con ellos. Al fin y al cabo, en este caso, lo único que peligra es el recibo de la luz.

Mi infancia y pubertad: un suma y sigue de vivencias y acontecimientos que fueron caldo de cultivo para que, con el paso de los años, culminarán en delirios.

Candás, 1.965: Si queréis comer, tenéis que trabajar.

Duras palabras que a mi, con diez años, me costaba entender. SĂ­, asĂ­ fue y asĂ­ lo hice duramente en el negocio familiar… ¡Cuántas veces me preguntĂ© por quĂ©…! Cuando veĂ­a a las demás niñas jugar, pasear, divertirse y yo me encontraba con cargas que, hoy en dĂ­a, solo serĂ­an admisibles para personas adultas.

Las enfermedades mentales, en algunos casos, no son un regalo de la naturaleza, sino la consecuencia de vivir mucho tiempo sin saber gestionar todo lo que se acumula dentro de uno. Muchos de ustedes, al igual que yo, se preguntarán: “¿Quién nos ha robado nuestra infancia y por qué?”.

Con el paso del tiempo he aprendido a no ver maldad, ni intenciones oscuras, en todas las personas que formaron mi nĂşcleo familiar, sino, solo seres humanos igual de vulnerables que yo, que hacĂ­an lo que podĂ­an con lo que tenĂ­an. Las ausencias y las distancias, los silencios y las palabras heridas… todo formĂł parte de una historia humana. Al final, somos los productos de nuestras experiencias y de cĂłmo elegimos interpretarlas. En mi caso, elegĂ­ comprender, considero que es más sano para mi. Entender que las personas que me acompañaron en esta aventura que es la vida, tambiĂ©n luchaban con sus propias sombras.

Y así llegaron los 15 años y un día, sin buscarlo, conocí al hombre que me acompañaría el resto de mi vida.

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