Sí, mi locura empezó el día en que mi añorada y querida abuela, Pepa Barrera, se volvió loca.
Os preguntaréis por qué. ¿Qué demonios le pasó? Sí, yo también soy de ese tipo de personas que siempre necesita saber el porqué de las cosas, aunque la mayoría de las veces la respuesta sea un rotundo y desconcertante “no lo sé”.
En este caso, sí que podemos barajar varias posibilidades que además nos sirven para identificarnos a las dos. ¿Una carga genética? Sí, es posible que de esquizofrenia, o quizás simplemente de hipersensibilidad, ya que las dos somos PAS.
Quédense con estas siglas, ya que a lo largo de mis historias personales las nombraré reiteradamente. Está ya sobradamente demostrado que para que una predisposición genética llegue a culminar en el desarrollo de una enfermedad, tienen que darse las circunstancias propicias. En el caso de mi abuela, una vida durísima, como eran las de antes (para algunos): una guerra, una posguerra y, en el transcurso de esta, quedarse viuda con cinco hijos de muy corta edad, llevando una vida de pobreza extrema.
Las Personas Altamente Sensibles (PAS) no sufren de por sí un trastorno, ni ninguna enfermedad. Pero para ellos, una saturación de vivencias de elevada carga emocional sí puede acabar desencadenándola. Se trata de una característica del procesamiento sensorial de la persona.
Siguiendo con mi abuela, como decía anteriormente, para que la genética termine por desarrollar una patología, tienen que darse las circunstancias que la favorezcan, además de un factor desencadenante o punto de fricción. Quizás en el caso de ella, ya en su madurez, este fue que pasó de vivir una vida libre, tranquila y relajada en el campo a estar, como decía ella, encarcelada en un piso.
Para mí, que me tocó vivir en primera línea esta situación tan traumática, este fue el detonante. Su psique no pudo más y estalló: se volvió loca. Sí, esa era la palabra más adecuada en aquellos tiempos: Candás, 1961. No existía otra definición.
Tenía 68 años cuando visitó por primera y última vez al psiquiatra. El tratamiento que le pusieron era tan duro (en aquellos tiempos se desconocía otro método), que la anuló como persona, convirtiéndola en un vegetal, postrada en la cama sin moverse y teniendo que ser alimentada. Recuerdo como si las hubiese oído hoy, las palabras de mi madre: “no quiero esa carga sobre mi conciencia”. Y le retiró la medicación.
Los siguientes doce años de su vida se los pasó tumbada en una cama, charlando, debatiendo, discutiendo y cantando. Cantaba tonada y lo hacía increíblemente bien. Tenía un chorro de voz asombroso, escucharla era todo un espectáculo. Recuerdo que la gente, al pasar por el edificio donde vivíamos, se paraba a escucharla.
Todo esto yo lo recuerdo como agradable, ya que sacaba a la luz su fuerte carácter. No confundamos nunca hipersensibilidad con falta de este.
¿Hablaba sola? No, jamás. Tenemos la costumbre, me imagino que por desconocimiento, de decir que los locos hablamos solos, pero doy fe de que no es así: para nosotros nuestro interlocutor siempre tiene una identidad. Pero eso es tema para una próxima historia.
Y bien, ¿qué pasó conmigo? Si soy igual que ella, como me decían siempre, mi sensible e infantil mente concluyó, algún día yo también me volveré loca. Tenía tan solo seis años, y les puedo asegurar que cuando me sucedió, a los cuarenta y siete años, no me pilló por sorpresa. Los tiempos habían cambiado y a mí me llevaron a pasar unas cortas vacaciones al psiquiátrico del Ramón y Cajal (Madrid). Más adelante les hablaré de mi estancia en él y estoy segura de que les sorprenderá la historia. En el transcurso de seis años (entre los 47 y los 53), tuve cinco brotes o recaídas y les puedo decir que el camino fue muy duro hasta salir del túnel y ver de nuevo la luz. Padecí todo tipo de delirios. A continuación les dejo un pequeño adelanto que les sirva de guía para la senda, que si ustedes quieren, recorreremos juntos.
Delirio de persecución – Delirio de referencia
Dicen que hay gente que se droga para una experiencia vivir:
la de tener todos sus sentidos funcionando al mil por mil.
Mi psicóloga me ha dicho que a mí no me hacen falta drogas,
que yo sólita me valgo para hacerlos funcionar,
pues una enfermedad tengo que se llama delirar.
Historias voy contando que no existieron jamás:
mi marido es un terrorista muy difícil de pillar;
a una organización pertenece y a ellos es muy difícil llegar.
Yo a la policía estoy ayudando, a ver si los podemos atrapar.
La organización algo sospecha, me persiguen y me quieren matar.
Delirio somático
Soy un gran tesoro para la sociedad,
mis órganos se regeneran
y todos conmigo quieren investigar.
Me quieren hacer cachitos
para poder analizar,
pero sin anestesia ni nada,
porque dicen que así es más eficaz.
Delirio de grandeza
Hay quien delira que es Dios y se siente grande como él.
Yo, quizás por ser mujer, decía que su hija era y que todos sus poderes heredaría.
Llevándome al límite, qué sufrimiento mi mente me hace pasar,
con esta enfermedad que tengo, que se llama delirar.
No sé qué hacer contigo para llevar este asunto: si quererte u odiarte por lo que me haces sentir, pero parte de mí eres y te tengo que aceptar.
Y bien, ¿qué pasó conmigo? Quizás no nací ni en el sitio ni en la época más adecuada para mi personalidad hipersensible: muchas carencias fueron marcando mi vida y creando un suma y sigue que dio como resultado…