Un poco de todo

En cierto momento, filosofando con un amigo sobre las debilidades de las personas, me avergonzaba de mis reacciones ante diversas situaciones de la vida. Un poco confusa, le pregunté: ¿por qué el ser humano es tan contradictorio? A lo que él, muy seguro de sí mismo, me respondió: “Todos tenemos un poco de todo”.

Sucedió en México DF, hace ya unos cuantos años, tras una larga jornada de visitas por la ciudad y de degustar unos riquísimos chiles, bien picantes, como manda la tradición.

Ya casi cayendo la noche, llegamos a la Plaza de la Constitución. Durante un buen rato, disfruté embelesada de las danzas indígenas. Sus movimientos acompasados y sus vistosos trajes me cautivaban.

De repente, al voltear la mirada, me percaté de que en un rincón de la plaza, sentado en el suelo, se encontraba un niño que no tendría más de siete u ocho años. Sus ropas, sus pies descalzos y su rostro entristecido denotaban una pobreza extrema. Entre sus manos, un pequeño acordeón, del cual, de cuando en cuando, moviendo sus dedos armoniosamente, dejaba salir unas maravillosas notas.

Qué maligno morbo se despertó en mí, que sin pensarlo ni un momento, me acerqué a él con la intención de hacerle una foto… ¡Qué bien quedaría en mi álbum! ¿Para qué? Para enseñársela a mis amigos o simplemente como un subvenir o una anécdota más de mi viaje por ese país.

Le pregunté si podía hacérsela y sin apenas mover un solo músculo de su cara, me solicitó cinco pesos como pago por ella. En aquel momento, me pareció una arrogancia y un abuso por su parte que me quisiera cobrar. Volví a insistir y él, como si de una grabación se tratara, repetía incansablemente “son cinco pesos”.

La soberbia me envenenó y me alejé indignada ante la osadía de aquel pequeño ser. Me camuflé entre la gente y cuando consideré que él no me veía, le robé la foto tan deseada.

Y fue entonces cuando comencé a reflexionar y los remordimientos me empezaron a reconcomer…

Quizás detrás de esos cinco pesos había una familia hambrienta, o tal vez una organización que se dedicaba a explotar chiquillos y, si no llevaba recaudación, sufriría represalias o quizás era un niño de la calle, solo y desamparado, y ese dinero era su sustento o quizás quizás, quizás…

Sencillamente debería haber respetado su postura. No hay excusa que disculpe mi forma de actuar.

Estaba en mi derecho de no pagar el dinero requerido, pero no tenía ninguno para apropiarme impunemente de su imagen. Fue un acto vil por mi parte y cada vez que vuelve a mi memoria esta pequeña historia, se me encoge el corazón y se me apena el alma…

Las flaquezas humanas son muchas y variopintas, porque sí, amigo mío: Todos tenemos un poco de todo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *