Fantasmas y monstruos

Las cosas acontecen cuando y donde menos podemos imaginar.

Pepa lo sabe muy bien, pues su don de gentes la ha llevado a conocer historias que cuesta creer que hayan podido suceder en el lugar en el que acontecieron.

Claudia es educadora infantil y en aquella época trabajaba en un jardín de infancia llevando la clase de niños de tres años.

Ese día tenía programado trabajar con ellos los conceptos de espacio (dentro, fuera, arriba, abajo), para lo cual dispuso un aro en el suelo y una pequeña escalera de dos peldaños. A mitad de la tarea, una compañera ocupó su lugar, ya que Claudia también se encargaba de llevar la dirección del centro, dando información a los padres de futuros alumnos.

Tras informar al supuesto padre sobre el método de educación que impartían, este empezó a bombardearla con un sinfín de preguntas, todas ellas relacionadas con la forma de pago. ¿Se hacía en efectivo en el propio centro? Claudia respondió diciendo que no, que todo se tramitaba mediante transferencia bancaria.

Tal era la insistencia del presunto padre, que Claudia comenzó a sentirse recelosa y desconfiada. Y entonces sucedió: en una décima de segundo y casi sin darse cuenta, él rodeó la mesa que les separaba y la intimidó con un cuchillo, que apoyó en su vientre haciendo una fuerte presión, al mismo tiempo que la increpaba con palabras amenazantes, instándola a que le entregara todo lo que hubiese de valor.

No existen palabras para describir lo que esta mujer sintió en esos críticos momentos, que se le tornaron eternos. Encerrada sola en el despacho, con aquel individuo que, por efectos de la droga, no controlaba sus acciones, sintió como su entereza se desvanecía y el miedo se apoderaba de ella, produciéndole un fuerte temblor en todo su cuerpo, al tiempo que imaginaba un desenlace fatal.

Después de registrar toda la oficina, el hombre se marchó con un mísero botín, dejando a Claudia petrificada en la silla, con una enorme carga, con el miedo como compañero para el resto de sus días.

Bloqueada por este, nunca volvió a ser la misma y una y mil veces se repite para sus adentros:

Si pudiera vivir sin los fantasmas y monstruos que me acechan y atenazan en cada momento del día, en cada instante de la noche…

Si pudiera encerrarlos en el lugar más recóndito de mi enigmática mente, quizás dejaría de preguntarme “¿quién sembró la semilla que alimenta toda esta fantasía que, infectándome el pensamiento, me confunde la razón y en la oscuridad de la noche se apodera de los sueños?”

Fue el devenir de la vida, que no mira si te daña o te alivia.

Si pudiera acostumbrarme a vivir en su compañía en las largas madrugadas de agitada duermevela, en las que el sueño no fluye y la noche es eterna, sabiendo que están ahí, pero manteniendo distancia, aprendiendo a mantener la calma cuando el miedo atenaza, encontrar la fórmula mágica, que con solo unas palabras, fuera suficiente decir “hoy no te invito a mi danza, miedo, quédate en tu morada. Pena, vete con otra pena, que hoy tenga el sueño tranquilo y la calma por compañera”.

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