En el instante primero en el que el tiempo comenzó, durante la creación de este mundo y antes de que el hombre existiera, los dioses se repartieron su gobierno y a Poseidón le correspondió mandar sobre los mares y los océanos y él a su vez a ti, Mar, te otorgó el poder de gestionar la calma y la tempestad, con la esperanza de que fueses justa cuando esta última la hubieses de utilizar.
Toda esa energía y poder, ocultas celosa, en un pequeño estuche con forma de corazón, y guardas en lo más profundo, escondido en un banco de coral.
Venía yo de vuelta, desandando el camino que inicié al amanecer y en esa mágica hora en la que un manto de estrellas te brindan su compañía, a tu vera me acomodé y no sé si es que me quedé dormida y lo soñé, o si tal vez es verdad lo que cuenta la leyenda, que en las noches de luna llena, en tu ir y venir a la rexa, vas relatando historias y a mi comenzaste a contarme la de un humilde marinero que en tus aguas naufragó…
Siento contra el hombre una ira profunda, que trabajo me cuesta dominar, al ver como actúa invadiendo y depredando todo lo que a su paso encuentra. Y así un día de marzo al anochecer, en un ataque de furia, desaté una galerna y a un barco de pesca que faenaba a la altura del Cabo de Peñes, al fondo lo arrastré.
Entre rugido y rugido, mientras bramaba por el agravio que el ser humano me causa, a mis oídos llegó el lamento de un marinero que, asustado y agarrándose a un madero, luchaba por sobrevivir.
“Dime marinerito, ¿Por qué lloras? ¿Qué es lo que te hace sufrir?”. “Lloro porque quiero salvarme y poder volver junto a una mujer hermosa, que esperándome en el puerto está, junto a dos chiquillos revoltosos que papá me han de llamar”.
“Vuelve a casa, pescador, que yo tu vida perdonaré a cambio de que una noche de luna llena, acompañado de tu familia, nos volvamos a encontrar”.
Y el marinero, desamparado y temeroso de la muerte, se comprometió con la mar.
Pasado un tiempo, coincidiendo con la fiesta de nuestro Santo Patrón, entrada ya la noche que tal parecía el día de tanto que brillaba la luna, el marinero y su familia se acercaron a la mar y sentados a su orilla, le fueron dando las gracias por perdonarle la vida.
Pero la mar, presa de celos y debilidad al ver la fortuna que este hombre poseía, con una gran ola le arrebató a su familia… “¡No me preguntaste, marinero, cómo me habrías de pagar!”.
El pescador, que bien conocía el carácter variable de la mar, tan pronto en calma como en plena tempestad, echó la mano al pecho y junto a su corazón halló guardado el de la mar, que un espumero amigo, y conocedor del secreto que esta tan celosamente guardaba, la noche de la galerna le había entregado: “Protégete, amigo mío, de esta traicionera mar”.
El marinero, poniéndose en pie, con un grito desgarrador se enfrentó a la mar: “Escucha lo que te dice este humilde pescador”, y levantando los brazos le enseñó el corazón. “Devuélveme a mi familia o ya nunca más podrás disfrutar de la calma o desencadenar la tempestad”.
Y no sé si es que me quede dormida y lo soñé… pero vi acercarse suavemente una ola que sobre la arena depositó a dos chiquillos y a una mujer hermosa y oí una voz que decía “nada te debo, nada me debes, estamos en paz…”
