La historia que os voy a contar sucedió hace ya unos cuantos años, cuando yo aún era muy joven… Podría decirse que casi una chiquilla.
Eran fechas de fiesta y de jolgorio, ya que se celebraban los carnavales, y unas amigas y yo nos disfrazamos de damas antiguas. Un complemento indispensable para tan precioso disfraz era el abanico y mi madre tenía uno. Le pedí que me lo dejara, pero ella, reacia, me ponía cientos de excusas para que yo no lo cogiera, ya que decía que era su preciado tesoro… Tal fue mi insistencia, que terminó claudicando.
Esta maravillosa joya, me decía mi madre, lleva en la familia mucho tiempo y va pasando de generación en generación. Está hecho de unas finas varillas de noble madera, forradas con una suave seda serpenteada de diminutas flores bordadas con hilo de oro. A ambos lados, pequeños detalles de nácar y plata resaltaban su belleza y propiciaban que pareciese que el abanico tenía vida propia. Pero lo que más llamaba la atención de esta peculiar alhaja era la leyenda que rezaba en el reverso: ¿Cuál es la clave de la felicidad? Llévame contigo y lo sabrás.
A regañadientes, mi madre me prestó el abanico y yo, feliz y contenta, salí a la calle con él.
Lo que sucedió a continuación me dejó marcada de por vida, ya que yo me consideraba la única culpable. No soy consciente de lo que pasó, pero lo que sí sé es que el abanico desapareció en un descuido: o lo perdí o me lo robaron. Durante años, la familia vivió sumida en una tristeza absoluta. ¿Quizás el abanico era el amuleto que nos protegía y nos proporcionaba felicidad?
Pasaron muchos, muchos años y un caluroso día de verano, mientras disfrutaba de una horchata en una terraza del muelle de Candás, mis ojos no pudieron evitar detenerse en una enigmática mujer, que caminaba como envuelta en una aura cautivadora que encandilaba a todo aquel que la miraba.
Su mano derecha, con grácil y sutil destreza, agitaba un abanico. En cuanto me vista se posó en él, un escalofrío me recorrió la espalda.
Me acerqué cautelosa y, con timidez, abordé a la encantadora mujer.
– Perdone usted que la moleste, lleva un precioso abanico… ¿Lo puedo por un momento tener?
– Claro que sí – me respondió-, todo el que por un momento en su mano lo tenga, disfrutará de felicidad eterna. Yo voy por el mundo compartiéndolo con cualquiera que lo necesite. Respondo al nombre de “la coleccionista”, “la coleccionista de abanicos”. Desde hace mucho tiempo, tenía ya en mi poder el de la Pena, el de la Tristeza, el de la Desdicha, la Miseria y la Pobreza… Pero un día que, acompañada de tales ventalles, yo por un parque paseaba, el destino me deparó que me encontrara con esta alhaja poderosa. En un banco apoyada estaba, sin que nadie se percatara, pues todos los que por allí pasaban ignoraban que con la Felicidad se cruzaban. Yo ahora voy por el mundo compartiéndolo y quitando penas. ¿Que qué pido a cambio? A cambio de la felicidad, sonrisas nada más.
Le devolví el abanico, le di las gracias y sonriendo dije para mis adentros: Está en buenas manos.