Solidaridad

Amparo es una mujer mayor; quizá ande rondando los ochenta años, pero cuando le preguntas por su edad, te dice que no tiene, que ella es atemporal, que ya hace tiempo que dejó de poner cruces en el calendario. Su guía es su estado, cómo se encuentra física y psíquicamente.

Hace unos cuantos años que vive sola, al quedar viuda y no tener hijos. Todavía le queda algún familiar con vida, pero viven lejos.

A las dos nos gusta pasear por la Residencia de Perlora. Un día nos encontramos y, con ganas de charlar, buscamos un sitio donde acomodarnos para desmenuzar recuerdos y viajar en el tiempo, privilegio que nos es otorgado a quienes sumamos muchos años.

Casi sin darnos cuenta ya había transcurrido otro año y habíamos llegado al mes de diciembre y con él, a las Navidades, fechas en las que un sinfín de emociones y sensaciones recorren nuestro cuerpo y que cada uno gestiona como mejor puede.

Rememoramos los tiempos en los que la Residencia estaba en pleno auge, vibrante de alegría y de gentes que venían a pasar unos días de descanso. Los jardines rebosantes de flores, las pequeñas casas que parecían de cuento, la algarabía de los niños jugando… Toda una explosión de vida que nos hacía sentir en un paraíso.

– Pepa, ¿crees que los sueños se pueden hacer realidad? Anoche tuve uno en el que, de repente, esta pequeña ciudad volvía a la vida, a aquellos años brillantes que tú y yo conocimos. Pero en el sueño no era verano ni la gente estaba de vacaciones; era la Navidad y se celebraba una gran fiesta, la Fiesta de la Solidaridad. Las redes sociales echaban humo invitando a todo el mundo a participar; venían personas de todas partes y el Carreño funcionaba sin descanso, como en aquellos tiempos en los que se apeaban verdaderas riadas de gente.

Unos traían suculentas comidas y deliciosos postres elaborados por ellos mismos, otros aportaban la bebida. El panadero, el carnicero y el pescadero cooperaban con sus mercancías y los supermercados contribuían con todo tipo de productos.

Las personas que disponían de un medio de locomoción traían a la fiesta a los que no tenían en qué desplazarse; cualquiera que estuviera dispuesto a pasar las Navidades en compañía era bien recibido y sobre todo había una especial atención hacia las personas que vivían solas. La gran premisa de aquella noche de solidaridad era que nadie se quedara sin compañía.

Fue un sueño maravilloso en el que cabía todo y cabíamos todos. La ciudad bullía, las parrillas no cesaban de asar, maravillosos cánticos alrededor de fogatas y hogueras nos hablaban de esperanza en un futuro mejor y más solidario. Hasta el tiempo fue benévolo: una noche cálida y estrellada que confería a todo un aura de magia y hacía que el tiempo discurriera con lentitud.

– Qué casualidad, ¡yo también soñé lo mismo!

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