San Antonio

Por todos es sabido, que la fe que se tiene en San Antonio, por familiar y entrañable, bien es correspondida por él.

Tiene fama de ser un gran milagrero y de vez en cuando nos ofrece su ayuda casi desinteresada. Se conforma con poco: alguna vela que, acompañada de una oración, le transmita un poco de amor de sus fieles devotos.

Pero todo tiene un límite y en una ocasión, harto de que mucho le pidieran, pero poco dispusieran, se le acabó la paciencia y enredó un poco la madeja, para formar una pareja.

Garbiñe, era una guapa moza, rubia, de ojos almendrados de color azul, sonrisa amplia y atrayente, figura escultural y carácter afable.

Todos los mozos del pueblo revoloteaban enamoriscados a su alrededor. Podría decirse de la hermosa muchacha que no tenía defectos, pero sí tenía uno, del que ella era la principal perjudicada: a todos los hombres que la pretendían, siempre les sacaba alguna falta y les daba calabazas.

Afecta a San Antonio, los domingos por la mañana enfilaba por el prau de Gervasia hasta llegar a la capilla y, después de alumbrarle, conversaba un rato con él.

También los domingos, pero por la tarde, un joven del pueblo subía por el camín del faro para acercarse a la capilla, con la intención de rogar un poco de ayuda, ya que, debido a su profunda timidez y a unas pequeñas imperfecciones físicas que no iban nada acorde con el nombre que le habían puesto en la pila bautismal, encontrar pareja le resultaba una tarea harto difícil.

Garbiñe, desesperada por no encontrar al hombre de su vida, o lo que es lo mismo, al hombre perfecto, aumentó el número de visitas a la ermita, para pedirle al santo que le ayudara en la búsqueda.

Él, con ganas de contentar a la guapa moza, empezó a enviarle pretendientes, pero ella a todos les encontraba algún defecto por el que acaba rechazándoles.

El mozo, también desesperado viendo que pasaba el tiempo y seguía sin tener compañera, empezó a apremiar al santo, así que, ella por el prau y él por el camín, día tras día, zurra que te dale y siempre con la misma cantinela de “mucho ruego, pero de poco pongo de mi parte”, acabaron con la paciencia del santo, que ya estaba que lu llevaben los demonios, y les puso un ultimatum:

“O te quedas con el próximo mozo que te mande o, por mi parte, se acabó ya cualquier tipo de colaboración”.

Garbiñe, al verse sola, sin ayuda y visto que no quería quedarse para ayudarle a vestirse, le hizo la solemne promesa de que aceptaría lo que él dispusiese.

El día de la fiesta, a eso del medio día, a un mozo verás venir. Lleva un pañuelo al cuello y la mano extendida; no lo dudes ni un momento: su corazón y el tuyo llevan el mismo camino.

A ella con estas palabras y a él animándole a vencer su timidez y utilizando alguna maña de experto casamentero, le dijo: “El domingo al medio día, cuando la campana anuncie el comienzo de la fiesta, una moza del pueblo la mano te tenderá”.

Llegó el día soñado y los dos se encontraron.

Él apareció arrastrando un poco el pie; un ojo miraba al frente, el otro andaba por Albacete y para decir “te quiero” pasaba un rosario entero.

Con todo, no cabía en sí de gozo, pues encontraba a Garbiñe preciosa. Muy ufano se presentó diciendo: “Hola, me llamo Perfecto”.

Se cogieron de la mano y, de rodillas, le dieron las gracias al santo.

Fueron Felices y comieron perdices.

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