Capítulo IX – Discernir –

Mi abuela cruzó la línea que separa lo real de lo fantástico y nunca regresó. Yo también la crucé, pero hoy estoy de vuelta y espero quedarme por mucho tiempo.

A partir de este capítulo empezaré a escribir acerca del contenido de mis delirios. Es el inicio de otro tipo de viaje: el de aprender a entender mi mente, abrazar mi historia y trabajar para reconstruirme.

Es muy importante que ustedes entiendan que todo lo que deliro, para mí, es real, tan real como cualquier otro instante de nuestras vidas. Eso me lleva a transitar por momentos muy difíciles cuando salgo de las crisis, ya que me acuerdo de todo lo vivido y tengo que discernir entre lo que es verdadero y lo que es una fantasía creada por mi mente.

Para poder distinguir, tuve que aprender a trabajar con la lógica. Porque los hechos son los que son y mi mente los ha vivido de una forma tan intensa que para ella son absolutamente verdaderos.

También he aprendido a mirar mis desvaríos, no como una enfermedad, sino como un mundo apasionante que canalizo a través de la escritura.

Vivir con un terrorista no es tarea fácil. Desde el momento en que descubrí quién era, o al menos quién creía que era, todo cambió, ya no pude volver a mirarle igual…

Mis días comenzaron a teñirse de miedo, por lo que podía hacerme a mí, por lo que pudiera hacerle al mundo… o por lo que haría, si descubría que yo lo sabía. Cada gesto suyo, por pequeño que fuera, le delataba: el modo en que guardaba su teléfono, cómo cerraba la puerta con doble vuelta de llave, su reacción ante ciertas noticias en la televisión, se convirtieron para mí en una confirmación.

Compartir la casa, la mesa, incluso la cama, se volvió una rutina envenenada. Cada palabra que decía la analizaba, cada mirada la descifraba. Me preguntaba si detrás de su dulzura habitual, había una estrategia, un entrenamiento para no levantar sospechas.

Después de un tiempo de sentirme vigilada, perseguida y amenazada, hubo un día, en pleno apogeo de sus viajes por trabajo, en el que la olla a presión llegó a su límite. En esa ocasión él se encontraba fuera del país (según mis elucubraciones, organizando algún atentado). Y entonces sucedió lo inevitable: mi cuerpo era puro temblor, los ojos se me salían de las órbitas… Salí a la calle, no sé con qué intención, y de repente, sin saber cómo, me encontré gritando a pleno pulmón: “¡Por favor ayúdenme, me quieren matar, por favor, por favor!”

Alrededor de mí se formó un corrillo de gente que, entre intrigados y curiosos, me miraban mientras yo, navegando por ese mundo cruel de fantasía psicótica, terminaba en el suelo, tirada y enroscada como un conejillo asustado y desamparado.

Sentí que alguien me tendía una mano y me ayudaba a levantarme: era mi peluquero.

Carmelo me llevó a su establecimiento, que estaba al lado, y me preparó una tila. No me hizo ninguna pregunta. Eso fue una señal para mí de que estaba al corriente de todo (“era de los míos”). Y entonces sucedió algo que sembró en mí la semilla de la duda para toda la vida. Sonó el teléfono, Carmelo lo descolgó y le oí decir “sí, todo está bien”. Extrañada, le pregunté “¿quién es?”. “Tranquila, es la policía, solo querían asegurarse de que no pasa nada”. En aquellos momentos, eso me tranquilizó, ya que, en mis imaginaciones, yo les estaba ayudando a desenmascarar a la organización.

El problema viene cuando salgo del brote,e intento separar realidad y ficción y comprender. Me cuesta mucho trabajo hacerlo porque, como dije anteriormente, para mí todo es real.

Es muy difícil aceptar que todo eso que veo y oigo es pura falsedad.

Aun a día de hoy, en ocasiones, cuando los dos estamos solos en casa, en esos momentos maravillosos de tranquilidad y sosiego, le miro en silencio y en mi boca se dibuja una sonrisa maliciosa mientras me pregunto “¿será de verdad un terrorista…?”

¿Y si fuera verdad que, debido a tanto viaje, esta familia estaba en el punto de mira de la policía y había una investigación en torno a ella?

¿Y si la secreta estaba llevando a cabo algunas de sus pesquisas en el barrio y me vieron en aquella situación y llamaron para interesarse?

Carmelo y yo nunca hablamos de lo sucedido, continuamos con nuestras vidas como si no hubiera pasado nada. ¿TODO TENÍA QUE QUEDAR EN SECRETO?

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