MADRID 1976
En uno de mis brotes de delirios, durante la visita a mi psicóloga, esta me dijo algo que me impactó hasta tal punto que marcó un antes y un después en mi manera de ver las cosas. Sus palabras fueron: “De toda tu trayectoria de vida y de los problemas con los que te has enfrentado, lo que más me preocupa es por qué te tomaste las cosas como te las tomaste y como las asumiste”.
Las personas altamente sensibles (PAS) tienen un sistema nervioso más receptivo, lo que las hace percibir los estímulos de manera más intensa. Por este motivo, pueden llegar a interpretar comentarios y situaciones de forma exagerada o amplificada, ya que procesan la información profundamente. Su naturaleza les lleva a analizar cada detalle, incluyendo el tono, las palabras y el contexto. Esta tendencia puede llevarlas a sentirse heridas fácilmente.
Hace poco tomando un café con una amiga, esta me comentaba que en el colegio tenía que haber una asignatura que nos enseñara a conocernos. ¡Gran verdad! Cuántos problemas nos hubiéramos evitado la mayoría de nosotros si de antemano hubiesemos conocido las características de nuestra intrincada personalidad.
Candás, 28 de febrero del año 1976.
Las campanas resonaron fuertemente para anunciar una boda y dar la bienvenida a una nueva vida.
Madrid, 29 de febrero del año 1976.
Llegamos los dos cogiditos de la mano, dispuestos a vivir una gran aventura, la de nuestra vida juntos. Dos personas de carácter fuerte, independientes y que sabíamos lo que queríamos. A ninguno nos amilanó que en esa gran ciudad que es Madrid no tuviéramos a nadie, ni familiares ni amigos, nadie con quien compartir penas y alegrías… Porque nos teníamos el uno al otro, lo que dio lugar a una complicidad de vida indestructible, pilar anclado fuertemente a la tierra que, aunque algunas veces se tambaleó, nunca llegó a caerse.
Él llegó con su carrera terminada y con su trabajo fijo y yo con muy poca preparación académica, pero con unos nada desdeñables diez años de experiencia en cómo llevar un negocio, así que pensé que lo más inteligente por mi parte sería aprovecharlos. Me preparé todo lo que pude, me rodeé de las personas adecuadas y me convertí en pequeña empresaria, siendo primero propietaria de un jardín de infancia con capacidad para sesenta niños y más adelante de un negocio textil.
Estarán pensando que qué dos enfoques de vida tan diferentes. Sí, así soy yo, no tengo una línea de dirección fija; dependiendo del momento y de las circunstancias, me adapto a todo.
El jardín de infancia, ¿por qué? Siempre me gustaron mucho los niños y mi experiencia infantil me permitió desarrollar una sensibilidad especial hacia las necesidades de estos, porque sabía lo que es crecer con un déficit de amor y apoyo que son fundamentales.
Bajo ningún concepto consentí nunca que mi pasado definiera mi futuro.
¿Y el negocio textil…? Bueno, siempre he sido una “loca” de la ropa: una de mis fantasías es despertarme por las mañanas con una puerta mágica que me lleve a unos grandes almacenes atestados de prendas, pasear tranquilamente por los pasillos, toqueteando y mirando que podría ponerme.
Tuvimos la dicha de traer al mundo dos hijos maravillosos y como yo soy muy de cuento tengo que decir que fueron nuestra princesa y nuestro príncipe.
Desde el primer instante, ambos supimos que ellos serían lo más importante, nuestra mayor prioridad y en parte eso a mí me buscó la ruina. Me puse una máscara y me dije “mi matrimonio tiene que ser perfecto, mis hijos nunca presenciarán ni una sola discusión, ni separaciones, ni nuevas parejas. Nada en absoluto que trunque su felicidad”. Seguía sin querer que mi pasado definiera mi futuro. Pero, ¿a qué precio? Porque la perfección no existe y éramos y somos un matrimonio como el de muchos de ustedes, con nuestros defectos y nuestras virtudes, nuestras diferencias y peleas y yo no era consciente del daño que los estándares que me había fijado me estaban haciendo. Mi psique tenía un límite que más adelante me haría saber.
En el siguiente capítulo les contaré cómo me tomaba los conflictos que teníamos.