– Mariano, aligera un poco, que ya es muy tarde y estoy cansada.
– No me vengas con exigencias, Pepa, que yo también estoy bajo mínimos y no protesto… Y no por falta de motivos, que hoy no comimos y además el combustible se te olvidó en casa. Bueno, eso es lo que dices…
– No seas mal pensado, Mariano. Me dolía una muela y lo utilicé como sedativo. Y además, yo el anís solo lo utilizo para les marañueles.
Extenuados por la dura jornada, llegan al refugio y Mariano se retira a sus aposentos. Tras un breve descanso y, creyendo que Pepa no le ve, sale por la puerta trasera y desaparece camino abajo. Lleva un tiempo realizando estas escaramuzas y Pepa, siendo muy consciente de ello, no puede más con la intriga y le sigue a una distancia prudencial para no ser vista.
Mariano desaparece tras la puerta de un granero y Pepa, ni corta ni perezosa, se introduce en el recinto y ¡cuál es su sorpresa al ver a Mariano con un grupo de alumnos a los cuales, según rezaba en la pizarra, les estaba dando clases de antropología!
– Mariano, ¿se puede saber qué haces aquí?
– Pues salta a la vista, Pepa. Con la cagarata de sueldo que me pagas no llego a fin de mes y me tengo que pluriemplear.
Al ver tanta sapiencia, el cerebro de Pepa, como si de una calculadora veloz y precisa se tratará, empieza a hacer números y, viendo que podía hacer negocio, le plantea a Mariano trabajar juntos: mientras él imparte las clases, ella podría vender kombucha, esa nueva y saludable bebida que seguro que los estudiantes agradecerían.
– Pepa, no metas tus narizotas en mis cosas. Este es mi territorio y no voy a permitir que te introduzcas en él.
Se enzarzan en una pelea que parece no tener final, hasta que, de pronto, un alumno reclama su atención desde el fondo del aula.
– Perdón, perdón… Estimado profesor y señora cuentera, ¿me permiten que les exponga mi parecer y les ofrezca una solución?
Pepa, muy exaltada, le pregunta:
– ¿Tú quién eres y quién te ha dado vela en este entierro?
– Pero, ¡por Dios! Señora cuentera, me decepciona usted… ¿Pero es que no me conoce? Soy el famoso personaje creado por José Peñarroya, en cuyas historietas represento a un niño superdotado.
Mariano apostilla:
– Doy fe de ello, es mi discípulo más aventajado.
– Me llamo Pitagorín -prosigue el alumno- y mi nombre es el diminutivo del gran Pitágoras, filósofo y matemático griego. Cómo les decía, se me ha ocurrido una idea que acabará con esta ridícula disputa: les propongo que arreglen las cosas jugando una partida de billar en el Pay Pay, lugar tranquilo y apacible, donde las mentes sabias solventan sus desavenencias.
Pepa sopesa rápidamente la situación y, con una sonrisa astuta, responde:
– Muy bien, Pitagorín. Dejando a un lado que además de aplicado también resultas un poco pesado, tengo que decirte que no me parece mala idea. ¿Qué opinas tú, Mariano?
Este, mirando a Pepa con aires de superioridad y cara de saber lo que se trae entre manos, le responde con ironía:
– Coge tu taco, marquesa, que delante de ti se encuentra el rey de los trucos, que te va a enseñar cómo hacer carambolas y también a entronerar.
– Ya veremos, dijo el ciego, pues tu desconocimiento es total de lo que Pepa es capaz…