La abuela y el molinero

Un día crudo de invierno, de esos que no se olvidan jamás, con cocina, leña y castañas, mi hermana me contó una historia que nuestra madre le había relatado otra fría tarde invernal, de cuando en tiempos de guerra, hambre y necesidad, a su madre, que era mi abuela, el destino le había deparado que viuda con cinco hijos se quedara y que un molinero solitario, empezase a cortejarla y con ella se quisiera casar.

El molinero a mi abuela con presentes la agasajaba, “que si te regalo harina, que si te obsequio pan, que si traeme las semillas, que te las muelo de balde para que tus hijos crezcan sanos y fuertes y no les falte de nada”…

Mi abuela, por aquel tiempo, todavía por su marido penaba y al molinero con delicadas palabras y agradeciéndole los presentes, sin pudor le replicó: “Tus labios quieren darme besos, tu corazón me ofrece amor, me pides cariño y me regalas pan. Guárdate todo eso, lo que tú andas buscando, yo no te lo puedo dar”.

El tiempo iba pasando, pero el molinero no se daba por vencido y mientras tanto mi madre… ¡ay, la mío madre! A escondidas los panes tomaba, pues su estomago tanta fame tenía que rugia desesperado.

Mi madre los días pasaba ejerciendo de celestina y el molinero, entusiasmado, sus castillos en el aire construía.

Mi madre le contentaba con historias que no existían, “que si mi abuela por él de amor se moría, que si mi abuela por él los vientos bebía”…. Cada día que pasaba más enamorado estaba, sin que mi abuela se enterarse de nada y la mío madre ¡ay, la mío madre! El estomago de pan y boroña enllenaba.

Pero un buen día, el molinero a mi abuela se declaró. Esta mujer dijo que no, pues su amor no estaba en venta, su corazón no le quería y desconfiaba además de cómo trataría a sus hijos.

El molinero, enojado y cabizbajo, con el rabo entre las piernas se marchó.

La mío madre también se enfadó y no la quiso perdonar, pues ya nunca más el hambre pudo satisfacer, por no quererse mi abuela desposar.

Madre, yo no te entendía, porque de la condición de mi abuela soy, que mi corazón no vendo por un plato de fariñes.

Pero, con el paso del tiempo y después de mucho cavilar, comprendo que las personas somos diferentes y si tú, por llenar tu tripa, el alma al diablo venderías, yo por llenar mi corazón de amor al infierno bajaría.

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