El mundo está lleno de injusticias y lo peor de todo es que nosotros las permitimos.
– Pepa, ¿qué es la injusticia?
– ¿La de la tarta?
– ¿Qué tarta, Pepa?
– Pues imaginemos que el mundo es una tarta e imaginemos que unos pocos tienen gran parte de ella y a todos los demás, que son muchos, la gran mayoría, les queda un trozo muy pequeño.
La injusticia es la desigualdad en el reparto de los bienes y derechos sociales.
A la salida del pueblo, dirección noroeste, una humilde casa centenaria se desmoronaba. Las inclemencias del crudo invierno habían dejado al descubierto un montón de goteras en el tejado y diversos desperfectos en gran parte de la fachada. Sus moradores, Elena y Faustino, ya ancianos, subsistían gracias a una pequeña pensión. Después de hacer muchos números y recortes en sus escasos ahorros, decidieron llamar a Amador, trabajador de la economía que no flota, famoso en todo el pueblo por sus precios ajustados y su habilidad para realizar cualquier tipo de arreglos, especialmente en tejados.
Hombre cumplidor, empezó su faena el día señalado. Le llevó varios días dejar la casa en condiciones para que Elena y Faustino pudieran seguir viviendo en ella, y cuando estaba a punto de terminar, resbaló en el tejado y, cayendo al vacío, se lesionó gravemente.
A pesar de sus esfuerzos, no pudo recuperarse del todo y se quedó sin trabajo.
– Buen día tenga usted – me dijo en la puerta de un centro comercial un mendigo que, sentado en la escalera, pedía limosna.
Apoyaba un cartel sobre su pierna de metal: “No tengo pensión ni trabajo; sí tengo dos hijos que alimentar”.
– ¿Ustedes me podrían ayudar? Si ustedes me dan peces, mil gracias yo les daré, pues el hambre nos han de saciar, pero mucho mejor estaría que me enseñaran a pescar.
– Existe un reino llamado el reino de los mendigos, el reino de la pobreza, de la soledad, la pena y la tristeza. Bueno sería que ustedes, aunque solo fuese un día, compartieran el peldaño donde yo estoy sentado. Mi reino por un trabajo. ¿Quién me lo quiere cambiar? Si ustedes no lo quieren, ¿por qué yo lo tengo que aceptar?
En la mano un cuenquillo, donde una moneda cayó.
– Buen día tenga usted. Muchas gracias por la ayuda, con ella hoy tengo para el pez.