La Agencia

Después de una larga jornada de rifirrafes y dimes y diretes regresamos al punto de partida. Un pequeño refugio de piedra ubicado en plena naturaleza nos sirve como hogar y sede de nuestra empresa.

– Buenas noches, Mariano.

– Que así sean, Pepa.

Al día siguiente me desperté con el alba y, sin ningún miramiento, aporreé la puerta de la estancia de Mariano, apremiándole, a lo que él, desaprobando mi actitud, me replicó diciendo:

– Según el uso horario del meridiano de Greenwich, que le corresponde a este lugar, son las ocho treinta A.M y mi jornada de dar el callo empieza a las nueve.

– ¡Habrase visto! La que gestiona el tiempo y las prioridades en esta empresa ¡soy yo! y no el meridiano ese.

– Ya, pero Mariano es el que resuelve las papeletas y te saca de apuros, ¡rediómela! Y vete rascando la faltriquera, que necesito faros antiniebla.

– Eres un burro muy cansino, siempre estás protestando. ¿No los traes de serie? Deja de rebuznar y empieza a calentar motores, que tenemos que trabajar. Necesitamos perres.

– Lo que tú digas, marquesa… ¿Es que me vas a subir el sueldo?

– ¡No caerá esa breva! Es para la agencia.

– Sabía, Pepa, que en el fondo tenías buen corazón… ¿¡Nos vamos de vacaciones!?

– No seas iluso, el dinero es para la Agencia Tributaria, que me tiene como un cítrico exprimido.

¡Me voy a llevar la empresa y el capital a otro concejo donde me cobren menos impuestos!

– No quieres pagar y luego bien que protestas cuando cogemos un bache en el camino o cuando en la botica no te dispensan gratis los remedios que necesitas. Aunque este Estado de Derecho que tenemos no obra según predica y funcionaría mucho mejor si las cosas cambiasen y no hubiese tanta avaricia y tanta mano suelta mirando por sus intereses personales, tengo que decirte, Pepa, que… ¡Hacienda somos todos!

– ¡Qué bien te explicas! Pero como los sueños no dan de comer, tengo que pensar en cómo sacar partido a tanta sapiencia.

– No pienses, Pepa, que cada vez que lo haces salgo yo perjudicado…

Después de un largo concierto de rebuznos reivindicativos y ya subiendo la cuesta “Les Gates” dirección Logrezana, empezó a llegarme un tufo nauseabundo, imposible de soportar…

– Tenemos que parar – me dijo con cara de sufrimiento-. Me está dando un retortijón – y apretando el culo, se arrimó a la cuneta, apremiado por la necesidad-. ¡Claro! – me dijo muy contrariado-. El anís que me das como combustible es de garrafón y luego pasa lo que pasa, que me voy por la pata abajo.

– El Chinchón es para los ricos, Mariano.

– ¿Sabías, Pepa, que la planta “Pimpinella anisium” (anís) tiene un origen milenario? Ya se utilizaba en Babilonia, se estima que 2000 años antes de Cristo, como hierba medicinal. Por otro lado, como sabrás, el grano del anís es muy pequeño y el refranero lo emplea para señalar la importancia o gravedad de algo, por ejemplo: “La fortuna me sonrió con un trabajo; no es lo que yo esperaba, pero tampoco es un grano de anís”. Bueno, a lo que voy, según el Estatuto de los Trabajadores, a las personas tituladas no se les puede tener más de seis meses en un puesto de peón; me tienes que reconocer la categoría, Pepa.

– ¡Ni lo sueñes! Eso implica más perres.

– Un día de estos voy a levantar las patas de atrás y te voy a tirar a la cuneta, marquesa.

– No seas burro, Mariano.

Continuará…

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