Ellos también tienen su día universal y este es el veinte de noviembre.
Todos los adultos que integramos esta sociedad, con independencia del ámbito en el que nos movamos o la labor que desempeñemos, tenemos la obligación de velar por el bienestar, en toda la amplitud de la palabra, de todos los niños del mundo.
A lo largo de la historia se les ha llamado y se les sigue llamando con todos los apelativos posibles; a mí el que más me gusta es el de “locos bajitos”.
Dedicado a ellos, que son los quita penas de los abuelos, que le dan vida a nuestra vida y alegría a la casa.
Y si el tiempo se detuviera y el niño no creciera…
Lucia y Miguel no se quieren bañar
y la abuela les dice:
Marineros, ¡vamos a zarpar!
¿Qué necesitamos para navegar?
Abuela, ¿y el barco?
A ver, vamos a pensar…
Abuela, ¡la bañera!
¡Jo, qué buena idea!
Y la pasarela… ¡la tabla de planchar!
Cojamos los gorros y los salvavidas.
¿Y de remos, abuela?
Ya pensaremos…
¡Venga, marineros, que vamos a zarpar!
Espera, abuela, que falta el catalejo
para divisar en la tempestad
si nos vienen los tetes a rescatar.
Las olas son grandes,
el barco se mueve y hay mucha espuma,
¿será por las olas o será por Miguel?…
…¡que ha vaciado todo el bote del gel!
¡Capitán, barco a la vista!
¿Quiénes son?
Son el tete y la tita,
que nos vienen a rescatar.
¡Corramos!
Lavemos el pelo, el culo y la cara,
Miguel la colita y Lucia no te olvides la rajita,
que si no, luego te pica.
¡Corred, venga, corred!
Que vienen los tetes a rescatarnos
con dos grandes toallas
muy suaves y calentitas.
Y luego a cenar,
que se hay que acostar,
que mañana hay cole…
¡y hay que madrugar!