Desde hace ya unos cuantos años, por las fiestas de Carnaval, desde la estación al puerto, calle arriba, calle abajo, paseaba una mujer.
Para denunciar ante el mundo el daño que sufrió, un peculiar disfraz llevaba: un escote pronunciado, una faldita muy corta, medias negras de rejilla, zapatos de charol azul con altísimo tacón de aguja y su rostro oculto tras una máscara de fina porcelana.
Seguramente os preguntaréis: “Pepa, ¿quién es esa mujer tan misteriosa de la cual no sabemos nada?”
Pues bien, para no haceros esperar y no demorar más la intriga, presto os lo voy a contar.
En algún año ya pasado, fue que a este pueblo llegaron una pareja de enamorados. Les gustó tanto la villa que en ella se establecieron y echaron raíces.
Eran buena gente, honrados, trabajadores y de talante cordial, el cual propició que, poco a poco, se ganaran el respeto y la confianza de toda la vecindad.
Digamos que ella se llama Sara y digamos que un día nos encontramos por casualidad. Ella tenía ganas de hablar y yo de escuchar.
“Pepa, tengo una pena muy grande que oprime mi corazón. Es una carga pesada y la quiero aligerar. Quiero que narres al mundo la vida que llevé antes de llegar a este lugar. Me hicieron sentir vergüenza, me hicieron sentirme culpable, pero yo era inocente; en ellos estaba el mal. Llevo una máscara puesta y me la quiero quitar. Quiero limpiar mi honra, que ensuciaron sin piedad.
No recuerdo el momento exacto en que comenzó. Quizás que era muy joven para entender que a veces las palabras llevan disfraz de verdad, que los lobos se presentan como tiernos corderos que te quieren ayudar y que en un instante el camino de la vida se puede desviar hacia un callejón sin salida y sin futuro que soñar.
Por aquel lugar desfilaba cualquier hombre que pagara y el sufrimiento que a mí me causaba poco importaba, mientras la caja fuerte de otros engordara.
Mi vida era un sinvivir; me sentía humillada, utilizada y atrapada. La ansiedad y la angustia me invadían cada día… Llegué a pisar fondo y ahí fue, cuando desde lo más profundo, apoyándome en
mis valores y en un corazón bondadoso que a mi lado se arrimó, comencé a salir, a agarrar fuerte el timón para enterrar el pasado y redirigir el rumbo hacia un futuro mejor.
No quiero juzgar, ni tampoco ser juzgada; hay circunstancias en la vida difíciles de evitar.”
Calle arriba, calle abajo, paseaba una mujer. Por fin su bello rostro mostraba y en la mano sujetaba la fina máscara de porcelana.